Así se hace…
Saber elegir un buen pájaro es
sólo el primer paso: después hay que saber alimentarlo y cuidarlo,
establecer una sintonía con él para alcanzar una comunicación total en
el puesto… En estas páginas te damos unas cuantas claves.
El
perdigón. Batallante innato. Preso por nuestro afán de caza y codicia
cinegética. Cautivo entre barrotes y sumiso a nuestra merced. El
perdigonero. Romántico por naturaleza. Fiel a su inseparable aliado y
cautivo de su afición hasta extremos insospechados. ¿Quién es el preso
en este juego de amores? El pájaro entrega su libertad a su amo. Y éste
dedica todo su tiempo a su pájaro, a sus cuidados en casa y en el campo,
día y noche, verano, primavera, otoño e invierno, pendiente de todos
los detalles, esclavizando sin remedio su existencia al casarse con su
acérrima afición. La respuesta a tan obvia pregunta está clara, el que
manda es el pájaro perdiz y por él, como jóvenes enamorados, perdemos la
cabeza con fijo rumbo a la locura, a la perdición más cautivadora y,
casi sin darnos cuenta, dependemos de él y vivimos para él.
No es fácil hacer un buen reclamo, en
absoluto. De manera innata debe apuntar maneras y nosotros, a base de
paciencia y hacer las cosas bien, terminaremos por pulir su madera.
Pájaros buenos, buenos de verdad, pocos se tienen en la vida. Si acaso,
uno o dos como mucho. Mi abuelo Balbino, acérrimo perdigonero, tuvo la
suerte de cazar en una época y circunstancias donde había pocos
pajariteros y muchas perdices, muchos perdigones y mucho tiempo y sitio
para cazar. Probó varios cientos de pájaros, aguantándolos hasta el
tercer celo, imprescindible para comprobar si vale o no; hizo y deshizo
tratos para conseguir los mejores perdigones, poniendo todo su empeño,
paciencia y experiencia en conseguirlo y, con todo esto, sólo tuvo dos
pájaros realmente insuperables en su vida. Uno que legó de su padre y
otro al cuál yo tuve el privilegio insospechado de hacerle su último
puesto: una recelosa viuda y una liebre a la que, trabajando
espléndidamente a la primera, y recibiendo insistentemente a la segunda,
tuve que tirar. Su último puesto supuso mi bautizo de fuego en este
bello arte, quedando atrapado en él de por vida desde ese memorable
puesto de tarde y tratando de seguir los pasos que entre mi abuelo y mi
padre me marcaron para hacer un buen reclamo.
Claves para comprar un gran pájaro
Todo empieza por mantener a nuestro
pájaro bien alimentado y bien cuidado durante todo el año, fuerte y
vivaz. Al comprar un pájaro de granja nos fijaremos en que muestre un
carácter despierto y enérgico, con colores vivos y figura estilizada; el
que destaque sobre los demás por ocupar la mejor posición del corral,
como pudiera ser el alto de una fuente, marcando y defendiendo su
posición. En la jaula debe reunir características muy diversas y
difíciles de aunar en un mismo pájaro. Será avispado, noble y a la vez
peleón, mostrando claras intenciones de darnos un picotazo si le
tentamos suavemente con el dedo, queriendo ganar la batalla sin llegar a
espantarse ni saltar. Los reclamos que se alteran mucho en la jaula y
que empiezan a revolverse a la primera de cambio no suelen hacer carrera
de su condición. Por esta razón, hay quienes prefieren al pájaro de
granja que al de campo. Son más dóciles y afables con su dueño, pero
deberán demostrar sus virtudes en el repostero.
Los
perdigones, como las personas, tienen sus días. En el pueblo o en el
cortijo, antes de salir al alba, nos fijaremos en el pájaro que mejor
esté, en el que más cante y en el que parezca que más ganas tenga de
salir al campo. Acompañado de unos chasqueos con los dedos le
colocaremos sin espantarlo la alfombrilla de esparto y lo cubriremos
suavemente con la caperuza. El puesto de alba es muy bueno para probar
los pollos. Se dice que en el alba canta todo el campo y, aunque las
perdices no se corran bien, comprobaremos sus dotes e intenciones al
estar presente en tan apabullante jolgorio. Por tanto, no está de más
llevarse un par de pollos al puesto de alba para probarlos, más en estos
tiempos que tan rigurosamente tenemos marcado el escaso calendario
reclamista.
Hay que hacerse invisible
Con este chasqueo nos alejaremos y
meteremos en el puesto despacito, sin hacer ruido y cubriéndonos bien.
Sólo el pájaro debe saber que estamos allí. De una manera u otra, en
función de los celos que tenga, de lo encelado que esté y de cómo se
alborote y responda el campo, nuestro compañero comenzará su función. Si
tiene experiencia, lo hará despacito y por lo bajo, tanteando por si
hubiera una collera cerca de su territorio, sin escandalizarse ante el
posible alboroto y templando su celo con un cuchicheo martilleante y
pausado para, seguidamente, y si no obtiene respuesta alguna, alzar su
presencia con jácaras de buche o canto de cañón como también se conoce,
prosiguiendo con un despliegue de cantos, mientras más variado mejor,
haciendo gala de sus recursos. Si esto nos lo hace un pollo, es una
buenísima señal y por nada del mundo lo desecharemos, aguantándolo como
mínimo hasta el tercer celo. Lo dice el refrán: «El primero canta, el
segundo espanta y el tercero mata». De manera contraria, si empieza muy
fuerte y sin escuchar la sierra, espantará a las colleras cercanas y no
entrarán al trapo. La jaula debe guardar un equilibrio con el campo,
jugando a un tira y afloja hasta traérselo a la plaza.
Comprender qué nos está diciendo
En
esta caza el oído es imprescindible y conocer a nuestro pájaro,
fundamental. Cuando observemos que de pronto baja el tono, o parezca que
está callado pero se le vea inquieto, aún sin nosotros verlas, las
perdices están ahí. Ante esta situación nuestros movimientos serán
ralentizados, cautos y calmados, acercándonos suavemente la culata al
hombro para estar preparados, evitando en todo momento que se nos vea el
blanco de las manos por la tronera. Si se trata de una collera, primero
entrará el macho. De mil formas puede hacerlo pero siempre nuestra
actitud será la misma, quietos como una estatua. Pacientemente y
mordiéndonos la lengua esperaremos a que la hembra entre en plaza,
dándole tiempo a la jaula para que pelee por la hembra, citando al macho
por piñones y mostrándose por encima pero no dominador, a la vez
cautivando a la serrana.
Es muy importante tirar primero a la
hembra y después al macho, adoptando esta rutina en cada postura. En
primer lugar, si tiramos primero al macho, la hembra pasará a ser una
complicada viuda que difícilmente entrará en plaza en toda la temporada.
En segundo lugar, si alternamente tiramos primero al macho o a la
hembra, provocaremos el desconcierto de nuestro siempre delicado
reclamo, confundiéndole y echándolo a perder. La teoría de dejar a las
hembras criar, a mi modo de comprender, está erróneamente conceptuada.
Hoy día cazamos cuando todavía no han empezado a cubrir, y en caso de
que alguna estuviese cubierta, las patirrojas sacan su pollada adelante
valiéndose tanto del padre como de la madre, por lo que en tal caso si
tiramos sólo al macho dejaremos a la pollada sin padre, reduciendo al
mínimo las probabilidades de supervivencia, de modo que casi el mismo
daño hacemos que si tirásemos a la hembra. Por tanto, dicha teoría
carece de sentido.
Reconoce su trabajo
Cuando entre de nuevo el macho
procederemos de igual manera, aguantándolo para que la jaula se empape
bien de monte. Si todo lo hacemos bien, nuestro reclamo se quedará en el
tiro, haciendo su correspondiente canto de entierro y viniéndose arriba
por haber ganado la dura batalla. Al levantarnos del puesto, ya con la
escopeta descargada, chasquearemos de nuevo los dedos y le alentaremos
bajito unas palabras en reconocimiento a su buen trabajo. Le pondremos
en el suelo, junto a la collera pechuga abajo, regocijándose en su
triunfo y chasqueándole. Nuestro aliado nos lo agradecerá. Mientras
tanto anotaremos en una libretilla las incidencias del puesto, dando
parte de cada pájaro y de cada postura para en un futuro prever cual irá
mejor para cada tipo de puesto. Tras un breve tiempo, tranquilamente lo
enfundaremos. De vuelta analizaremos el puesto que nos ha dado, si
hemos errado en algo y cómo se ha comportado el pájaro. En función de
cómo se haya movido la sierra, tendremos idea de cuál será el mejor
puesto de 11.
Ya en el cortijo, y si tenemos la
fortuna de cazar entre amigos, disfrutaremos escuchando los vaivenes de
las posturas de los compañeros, sus éxitos o desfortunas, fijándonos de
reojo en qué pájaro sacaremos al puesto de sol, picándole algo de verde
al de alba tras quitarle el esparto y compartiendo el placer de contar
nuestras vivencias, augurios y esperanzas en familia, que es, en
esencia, lo que mide el éxito de esta caza.