Existe un sonido poco
escuchado, quizás desconocido por aquellos aficionados que se inician en
esta modalidad de caza: me refiero al chirrido. El reclamo cobarde lo
emite cuando ve la cercanía del campero valeroso, o cuando ya presiente
que el campo está a punto de entrar en plaza.
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Este sonido lo emplea también el reclamo acobardado mientras el
valeroso macho contornea el repostero, al mismo tiempo que le pide
explicaciones a nuestro reclamo por haber tenido la osadía de apropiarse
de parte de su querencia.Cuando el pulpitillo es más bajo de lo habitual y se encuentra totalmente desprovisto de camuflaje, el reclamo emite chirridos continuos que es la repuesta que traslada al valiente macho ante las reiteradas muestras guerreras que le está ofreciendo.
Si el pulpitillo estuviera algo más alto y con mayor protección vegetal hubiera emitido un chirrido inicial al ver la presencia del campo para después agacharse en el suelo de la jaula, permaneciendo así todo el tiempo hasta que el bravo guerrero abandonara la plaza.
El chirrido es una demostración de cobardía al entrante y un claro rechazo al ofrecimiento guerrero que hace el campo cuando se presenta en plaza. La cobardía pudo ser adquirida en aquel puesto donde aquel viejo macho regañón se encaramó encima de la jaula. Sin mostrar el menor cansancio estuvo sobre ella repartiendo reclamo, sin dejarlo reaccionar. El permanente recuerdo de aquella derrota le hace emitir un insistente chirrido cuando, en sucesivos puestos, el campero entra en plaza, escudado, rijoso... enviando señales para realizar un bonito enfrentamiento.
Otras veces lo emplea en señal de muestra al no querer repetir las lamentables escenas que trajo un tiro desafortunado. Posiblemente pudo ser testigo de los saltos realizados y el consiguiente aleteo de la perdiz moribunda, por parte de la plaza. Otros tipos de disparos inoportunos, realizados a destiempo, y sin que el reclamo haya efectuado el reglamentario recibimiento, deparan las mismas consecuencias.
Como es lógico, el campo que entra plaza cuando el reclamo emite el chirrido debe ser siempre indultado, pues no ha existido ni pelea, ni recibimiento. Cuando se tira, en estas condiciones el reclamo suele agacharse, como señal de disgusto por nuestra mala acción. En otros casos, comienza a emitir una larga tanda de merecidos y repelentes saseos, recriminando nuestro claro error.
Los interminables saseos son, en ocasiones, secundados por la hembra del par, recién enviudada, dejando al malhumorado cuquillero dentro del puesto con la lección bien aprendida para próximos lances.
Estos reclamos de poco valor, en unos casos resabiados por su dueño y en otros llevando impresa la cobardía en su propia naturaleza, intercalan angustiosos chirridos y desesperantes saseos al sentir ya cercano al campo, demostrando que no quieren ver en la plaza la presencia de las perdices.
Viene a ser una tarjeta de visita que envían, desde su atalaya, al recordar algunas desagradables experiencias vividas en otros puestos.
En cuanto lo ve a su lado intenta agacharse en el suelo de la jaula, al mismo tiempo que baja las tres primeras plumas remeras de cada ala. En esta escena de sumisión al más valiente, el acobardado emite varios golpes de chirrido. En cuanto el valeroso reclamo cesa en sus ímpetus guerreros y adquiere un estado normalizado, procede lentamente a levantarse de la jaula.
De igual manera, aquellos reclamos experimentados y con muchas batallas ganadas, cuando comprueban la frialdad del campo emiten un corto chirrido, que suele ir acompañado de un pequeño rebote. A continuación proceden a revolarse dentro de la jaula emitiendo un cautivador piolío que hace que, al mismo tiempo que se nos pone la carne de gallina, agudicemos nuestro sentido de la audición al esperar una pronta respuesta del campo.
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