lunes, 27 de enero de 2014

tiempo de celos


POR FIN HA PASADO LA LARGA Y DEDICADA ESPERA EN LA QUE HEMOS CENTRADO LA ATENCIÓN EN CUIDAR Y MANTENER NUESTROS PÁJAROS SANOS Y FUERTES PARA QUE CUANDO LLEGUE ESTE MOMENTO ESTÉN PLENOS Y REBOSANTES DE VIDA, FUERTES PARA LA PELEA Y ENVIDIABLES EN EL CORTEJO. LLEGÓ YA LA HORA DE QUE EN EL MONTE LAS SERRANAS SE RINDAN A SUS PIES, ANTE NUESTROS OJOS, ATENTOS Y EXPECTANTES A TAN GRANDIOSA Y CAUTIVADORA ESCENA INVERNAL. COMO BUENOS PERDIGONEROS, HEMOS DEDICADO TODO EL AÑO A PREPARAR ESTE MOMENTO TAN ESPECIAL. MERECEMOS DISFRUTARLO, SABOREARLO LENTAMENTE Y, ADEMÁS, HACERLO MIENTRAS AYUDAMOS A GESTIONAR LAS POBLACIONES DE NUESTRAS AMADAS PERDICES.



El campo nos recibe con el misterio del crepúsculo del alba, que poco a poco se orla con los primeros destellos del rocío, las incipientes luces realzan las jaras. El frío de la sierra se torna en cálido aliento, estamos en nuestro ambiente. Arriba, en la pedriza, se sienten los primeros revoloteos y el olor a romero de nuestra tronera nos termina de poner en situación, embriagados por todo lo que nos rodea. Canta el campo.

JÁCARAS DE BUCHE. En el pulpitillo nuestro compañero clama al día, llama a las patirrojas despacito, con temple, poco a poco, con un cuchicheo de compás martilleante. Pájaro sabio y con experiencia, conocedor del temperamento de las serranas, tantea el terreno con cautela para no acongojar a sus inocentes contrincantes. Eleva su presencia lanzando jácaras de buche, ¡levanta el campo y alegra nuestros corazones!
De repente, todo se ralentiza. La jaula baja el tono, señal de que hay algo cerca. Un cuchicheo más entrecortado y tenue con algunos piñones que incitan a pelea, preceden al primer macho de campo, que se descubre tras las jaras entrando en plaza no con mucho celo, pero confiado y fuerte, con una soberbia innata ante su presumido rival. El tira y afloja de nuestro perdigón ha tenido éxito, ya tiene a su engañado pájaro en plaza, dando vueltas al repostero para nuestro deleite. La hembra no se hace esperar demasiado, es el primer día de temporada y los pájaros, aunque fríos, no están malos. Despacio, con remilgo y haciéndose de rogar, como una señorita, se acerca poco a poco a sus pretendientes, levantando el ánimo de batalla. El de la jaula los recibe a la perfección, roto de concentración y tensión contenida.

Llegó el momento, nos toca a nosotros. A cámara lenta, culata al carrillo, con nuestro pulgar montamos la vieja escopeta de perrillos, auténtica donde las haya. Con la respiración sostenida, esperamos a que la hembra, bajo el repostero y viéndola la jaula, nos dé la espalda para, con un certero disparo, callar el cortejo y complacer a nuestro compañero. Tras el tiro, la fiesta del despertar campero se torna en silencio, la sierra se calla por un instante, hasta que la jaula, como al inicio, poco a poco, hace el canto de entierro a su conquistada patirroja. “El pájaro se ha quedado en el tiro”, como suele decirse cuando todo se ha hecho correctamente y jaula, cazador y campo se han sincronizado a la perfección.

Nuestro pájaro, lleno de triunfo, con la sucumbida hembra a sus pies, anunciará su victoria con jácaras y cuchicheos, y el impetuoso macho de campo entrará al trapo como alocado jovenzuelo ansioso de revancha. Más piñones, menos temple y un cuchicheo firme, pero sin pasarse. Ya está vencido, nosotros, al canto de recibo, ponemos punto fina.

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