miércoles, 13 de marzo de 2013

LA PERDIZ ROJA: UNA ESPECIE VULNERABLE



Podemos afirmar que la perdiz roja (alectoris rufa) -emblema de la caza menor en España y especie objetivo principal de los cazadores en cualquier jornada cinegética tradicional- ha sido sometida en las tres últimas décadas a un proceso de prostitución como especie cinegética (hibridación), de contagio de enfermedades granjeras y daño a su entorno, de tal forma y en tal medida que su precaria situación no es novedad; ni tampoco es noticia para nadie las dificultades para su subsistencia, en estado salvaje.

Todos los cazadores lo sabemos. Por activa o por pasiva hemos sido coautores de este desastre, por un lado como consumidores y clientes directos de un producto alternativo falso: la perdiz de granja (en adelante: "gallino"); y, por otro, al evitar conflictos con otros cazadores, al querer parecer mas purista y al no denunciar semejantes manejos, sueltas y falsas repoblaciones, pensando que poníamos en peligro la titularidad sobre nuestro coto, por mero oportunismo o una competencia indeseada, callando siempre, mientras veíamos impasibles desaparecer las perdices de otros cotos, uno a uno, pero todavía disfrutábamos de las nuestras, pensando que el problema era de otros y nunca iba a afectarnos. Ocultarlo o seguir negando esta desastrosa evidencia y pasividad, durante tantos años, es un ejercicio de cinismo e irresponsabilidad colectiva manifiestos que se ha vuelto contra todos, al devenir generalizado de la situación desastrosa de la perdiz en los campos españoles.
Que existan y siga habiendo gentes que jamás hayan cazado gallinos, que los rechacen, que no hayan repoblado con ellos sus cotos e incluso hayan defendido a las “rojas” a ultranza y fervientemente, no significa que esas dignas y ejemplares excepciones personales deban ser el escudo y la coartada de la mayoría irreflexiva del colectivo cazador, para justificarse, porque se ha cedido y sucumbido, vergonzosamente, a los cantos de sirena de las granjas.

Estos son los hechos que afectan a Comunidades enteras y grandes extensiones del territorio cazable en nuestro país, antes de perdices rojas, ahora de gallinos renovables con factura. Las excusas, las razones, el derrotismo, el fatalismo, todo ello salidas pueriles, no pasan de ser eso mismo y en absoluto reducen o empañan el daño generalizado que se ha causado a la especie por nosotros mismos, con tal de seguir pegando tiros, sin mayor preocupación, allí donde ya no había perdices. Sepamos reconocer nuestras culpas.



Una especie, la perdiz, reina de la caza, convertida en plebeya por obra y gracia de los productores de granja, de la avidez en ganar dinero fácil y de la descomposición, pérdida o deterioro definitivo de los valores venatorios tradicionales del colectivo cazador, basados en el esfuerzo y el saber cazar, sustituídos sin resistencia alguna por la imparable moda atolondrada de emplear el ocio en hincharse a pegar tiros a cualquier cosa en movimiento, cómodamente y sin mas compromiso que pagar por hacerlo.


Actividad mercantil, esta, que consecuente y paralelamente ha sustituido también y ha prostituido igualmente a lo que siempre se ha considerado “caza”. Esta especie de caza menor, la perdiz, ha sido la primera y mayor víctima de este fenómeno que cabalga a toda velocidad a hombros de la modernidad sin raíces y de la distracción pasajera, cuya única misión es aplacar, cada siete días, la triste intrascendencia del hombre actual, aparentando que caza, aunque sea no cazando, es decir solo matando animales con todas las facilidades, porque toca, hay dinero y es domingo o día vacacional.

El invento de la caza de mentira, -la pseudocaza- es decir la moda de abatir todo animal que se mueva por el aire o por el suelo y lleve la etiqueta de “especie cinegética” colgando -aunque haya sido troquelado poco antes en una nave industrial- se ha llevado por delante a la perdiz roja española autóctona y salvaje, arrasando a esta especie en sus santuarios y relegando sus efectivos a reductos en sierras inexpugnables, hábitats agresivos para ella y algunos cotos donde todavía quedan cazadores y propietarios responsables de sus actos, que, con mucho esfuerzo, las cuidan como “oro en paño” y, al hacerlo, mantienen sus raíces y el estandarte de la autenticidad de la caza de siempre, pero fuera del visor del mercado cinegético arrasador de cotos, destructor de especies y reductor de éticas y dignidades. Las cosas, por lo tanto, deben llamarse por su nombre. Perdices y gallinos de granja no son lo mismo, pero cazadores y matagallinos, tampoco.

Esto es así y sigue sin cambiar, hemos matado la “gallina” de los huevos de oro y la hemos sustituido por bastardos “gallinos” de granja, malolientes, raquíticos y transmisores de bacterias y parásitos al campo y a las perdices autóctonas.

Durante años los productores de granja alegaron, primero: desconocimiento de esta problemática; después: justificación en los puestos de trabajo creados (ridículos en su cuantía, a todas luces, en relación con los beneficios percibidos); mas tarde: persistencia en los engaños, alegando una supuesta autenticidad, pureza genética y sanitaria de su producto de granja, cuando era técnicamente imposible demostrar la falsedad encubierta. Todo era mentira. Ellos sabían -y saben hoy en día- el tamaño del daño causado al medio natural con sus introducciones y las sueltas de híbridos; especialmente, a la perdiz roja campera.


Las autoridades no han actuado nunca, considerando que ese problema era cosa de los “cazadores” y porque, para actuar eficazmente, tienen que enfrentarse con gente muy poderosa e influyente, de alto rango en las esferas de poder de nuestro país, que son los autores, cómplices y encubridores de la idea y del desastre.


Nosotros, los cazadores, con nuestra pasividad y tolerancia, hemos dado pruebas de inmadurez y de irresponsabilidad a raudales, solo interesados en disparar cuanto mas mejor, despreciando la bravura, el carácter montaraz y salvaje de la perdiz roja, conformándonos con tirar tiros sin dificultad a botes de plástico con plumas y alas, arrasando así muchos campos desde siempre perdiceros, ocupados ahora por fáciles bastardas, suelta tras suelta.

Pero, a pesar de todas estas evidencias, el problema sigue estando de actualidad; se siguen soltando gallinos, treinta años después, cada nueva temporada. Nosotros, los afectados, no afrontamos el problema, callamos, consentimos y participamos de todo ello en plena complicidad. Vergonzoso cuando ha sido la pieza de caza que mas satisfacciones ha dado al cazador español durante siglos.

Los últimos estudios realizados por universidades y entidades como el IREC, la UCM, etc. -nada sospechosas de alentar la mentira mercantil en danza-, certifican que, en el campo, hay un sustancial y notorio porcentaje de pseudo-perdices híbridas de roja y cruces con otras subespecies mas “rentables”; en las granjas solo hay híbridos ponedores; las existencias de perdiz pura en granjas son irrisorias y testimoniales, con lo que el daño a la especie campera ya es manifiesto, aunque no irreversible. Se puede solucionar.


Ya se pueden detectar las hibridaciones con solvencia y visos de certeza absoluta, acerca del grado de pureza de la perdiz analizada genéticamente por especialistas cualificados y comprometidos con la salvación de la roja, sea en campo o en las granjas.


La cuestión es que tal desbarajuste, tal atentado y tanto daño durante tanto tiempo solo se puede curar con medidas drásticas: Prohibiendo las sueltas indiscriminadas de inmediato y eficazmente, eliminando drásticamente los híbridos en las granjas, precintando las que no cumplan requisitos, no autorizando nuevas instalaciones productoras de gallinos. Tras ello se encarecerá mucho más la especie “perdiz roja”, es verdad, porque siendo genéticamente pura y sanitariamente impoluta va a ser caro -ya lo es- de producir y posteriormente de mantener, en un medio totalmente hostil, infectado de pesticidas y en plena agricultura agresiva; Unica solución válida, la del control implacable de la producción, si queremos que pueda ser compatible con las pocas rojas que quedan y a la par poder mantener esos pocos puestos de trabajo inventados por las granjas.


Alternativamente, los que no puedan pagar esa perdiz con garantías, no tendrán mas remedio que acudir a una auténtica travesía por el desierto, durante unos pocos años, manifestada en la carencia de perdices en los cotos, mientras se acaba con los híbridos sueltos en el campo,se sustituyen por la cría en su medio de perdices puras y se realizan las operaciones de manejo de los hábitats, adecuadas para mantenerlas.


Plan de recuperación cuyo sostenedor va a tener que ser el cazador, en forma de abstinencia cinegética y altos costes. Un auténtico sacrificio, fuera de sus cálculos, para quienes están acostumbrados a abrir la caja de cartón y, mediante una patada, abatir un buen puñado de “perdices” -perdón, gallinos granjeros- a escopetazos y salir corriendo al bar a hincharse de cerveza, presumiendo del “manojo” que llevan colgado, sin preocuparse de nada mas y hasta el fin de semana siguiente, donde alguien pondrá otra caja de cartón abierta y repleta de gallinos, en el mismo cerro.

Este es el reto que mas pronto que tarde tendremos delante, a menos que estemos dispuestos a que se nos ponga, irreversible y definitivamente, el sello de "culpables" de la extinción de la perdiz, cuando solo somos consentidores de la culpa de otros.

Después de todo el tiempo perdido, a propósito, por parte de instituciones, empresas y autoridades implicadas, con la única razón oculta de consolidar el mercadeo granjero en el sector y de crear este cúmulo de intereses en torno a la perdiz, ahora no puede haber prisas en resolver el problema, porque los atajos serán también falsos y cualquier atribución de medallas por inventos mágicos, por parte de los mismos que crearon o consintieron el problema -los padres de la hibridación con sus nombres y apellidos, que todos conocemos- solo servirá para seguir con la misma u otra mentira encubierta semejante, con tal de sostener el negocio de la falsa caza, que es un auténtico chollazo. Todos estos "encantadores de serpientes" carecen de legitimidad alguna para ello y su “curriculum” de acciones, pero sobre todo omisiones y pasividad histórica, les delata. Haciendo de Don Tancredo se han convertido en farsantes y, francamente, de oír soluciones mágicas, los cazadores ya estamos hartos, porque, en la caza verdadera, no funcionan, no las hay. Somos nosotros, los cazadores, los que verdaderamente tenemos prisa para cazar una especie auténtica como la perdiz pero habrá que tener paciencia. La única prisa de estos mercaderes, testaferros, advenedizos, escopeteros a sueldo y políticos de tres al cuarto es por mantener el negocio y que no se les venga abajo.

Todo este Plan de salvación de la perdiz, que tenemos que abordar, también debería suponer una reconversión, en paralelo, de la tipología escopeteril de los cazadores que hay en estos momentos, para intentar reeducar a estos fervientes seguidores del “gallino”, hacia algo mucho mas responsable cuando cazan, orientándoles a estar plenamente implicados en la recuperación de la autenticidad de la perdiz y en la suya propia, como cazadores auténticos, antes de soltar ni un solo tiro. Perdices de mentira y cazadores de mentira: ni uno más. Otra tarea tan difícil como la anterior, pero que es cuestión de querer emprender. En esto no necesitamos ayudas, somos los cazadores los que tenemos que querer cambiar hacia la responsabilidad y el compromiso conservacionista, uno a uno.


Desde un punto de vista legal, con la Ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad, recientemente vigente y con el Código Penal en la mano, se puede afirmar que las sueltas de híbridos granjeros en el campo son ilegales, pero, además, delictivas, a fecha de hoy, por lo que continuar con estas prácticas, en lo que afecta al asunto que nos ocupa, la perdiz, ya no es que sea criticable es que es denunciable y grave.


Se imponen acciones drásticas de control de las granjas, de trazabilidad y de persecución de infractores, tengan el rango que tengan y sean amigos de quien sean. Si el mercado de bastardas granjunas se viene abajo, la perdiz roja campera se recuperará sin duda alguna. Por una vez en toda la historia de la cinegética española los cazadores habremos dado una prueba fehaciente de querer y saber defender nuestro patrimonio cinegético, activamente, en primera persona del plural, sin esperar a que nadie nos lleve de la mano, a su “huerto”, que, con toda seguridad será un nuevo negocio basado en la mentira, lo fácil y la manipulación permanente o, si cabe, peor aún, nos lo impongan como única solución final.

Es un reto tan ilusionante, factible y claro como complicado, pero podemos hacerlo. Necesitamos apoyo oficial para llevar a cabo esta recuperación posible de nuestras perdices de siempre en nuestros campos. Necesitamos que las ayudas económicas se centren en medidas para proteger a las rojas que quedan, en esas pocas fincas y sierras, clasificándolas como “especie vulnerable” y sujetas a protección activa temporal, en esos sus últimos reductos, otorgando compensaciones económicas a quienes las mantienen, a las fincas, a los cotos, pero también controlando a sus predadores oportunistas, que, en la actualidad, sin saberlo, son verdugos de su disminución paulatina o extinción segura también en esos últimos santuarios perdiceros, por una mala y equivocada concepción conservacionista del predador, solo por serlo. Como si las especies cinegéticas no tuvieran los mismos derechos que los zorros. Hace falta rigor y seriedad conservacionista, no solo entre los ecologistas –siempre empeñados en restringir y prohibirlo todo-. También en el sector agrícola hace falta un cámbio, para eliminar las prácticas agresivas con las especies salvajes y especialmente contra la perdiz roja campera. Hace falta un Pacto entre todos y un Plan de recuperación por zonas, empezando por aquellas perdiceras tradicionales, donde la “roja” tardará menos en recuperar y extender sus efectivos, por disponer de hábitats favorables. Pero lo más importante es tener y ofrecer mucha información de esta realidad esperanzadora y positiva a los cazadores de base, dejando claro que la supervivencia de la perdiz roja campera es posible y su recuperación en los campos también, a base de inversiones, cabeza y dignidad venatoria. Si los que tienen el poder, el dinero, la propiedad de las tierras y la responsabilidad conservacionista cayeron en el redil de las granjas para seguir con sus macrocacerías y demás tiroteos de alta gama y no han sido capaces de defender a las rojas, al menos que sea el cazador de a pie quien niegue y cierre su paupérrimo bolsillo a tal negocio y no pague un euro mas por ese gallino que extingue a la perdiz campera; al revés, que lo ponga para ella y en su futuro, haciendo un sacrificio que esta especie merece. Con ello demostraremos, calramente, que los cazadores de base no hemos perdido ese sentido de la responsabilidad con y hacia nuestras piezas de caza. Tengamos confianza en nosotros mismos.


Solo se someteran a controles estrictos o se cerrarán las granjas cuando el cazador deje de comprar gallinos y empiece a exigir perdices de verdad. Solo dejaremos de hacerlo cuando nos juntemos todos en ese propósito y hacia ese maravilloso objetivo de salvar a la perdiz roja campera.


Por otro lado, hay demasiada gente y mercaderes implicados en el negocio granjero, que se ha ocupado -y se sigue ocupando- de ocultar durante tanto tiempo la verdad y que siguen campando impunemente en todas las capas sociales y empresariales dentro del sector cinegético; tantos que necesitamos luz y taquígrafos, información oficial y rigurosa, urgentemente y de una vez sobre la situación de la perdiz campera, circulación de gallinos, número y ubicación de granjas, etc. El trabajo lo tenemos que hacer nosotros -en cada coto- y, además de estar dispuestos al sacrificio de no cazar, de poner recursos y de hacer gestión cinegética de la perdiz campera, necesitamos ayuda oficial para salvarla frente a sus enemigos e integrarlos en el Plan o, caso contrario, aplicarles la Ley a quienes lo impidan de una vez y para siempre.


Las autoridades medioambientales, autonómicas y a nivel del todo el Estado tienen una alta responsabilidad en esta recuperación, en estas ayudas y en estos planes, precisamente porque su inhibición permanente y su negativa a reconocerlo o traspasar del problema a otro ha sido causa de tanto despropósito acumulado en el tiempo, pasándose la pelota unos a otros y argumentando razones que no se sostienen.


En resumen, seamos consecuentes, acabemos para siempre con nuestra complicidad y tolerancia hacia el producto granjero y reparemos el daño causado a la perdiz. Siempre fue el cazador el único capaz de mantener la perdiz campera en los cotos -como se ha demostrado donde sigue habiéndolas- a base de sacrificio, compromiso conservacionista, afición y práctica de valores cinegéticos. Ahora que podemos saber con certeza, gracias a la ciencia, si lo que tenemos en ellos esta hibridado, pero además sabemos la forma de hacer regresar a la perdiz verdadera, la roja, la autóctona, la campera a nuestros cotos, somos su última esperanza y ya no hay justificaciones. No podemos esperar milagros que se tornarán en nuevos engaños y debemos devolver su trono a la “Reina”, que algún día permitimos le fuera usurpado. No más gallinos en nuestros campos. Que vuelva la Perdiz Roja.

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