lunes, 15 de abril de 2013

EL CUQUILLERO

El “Vocabulario español de la caza” (Ministerio de Agricultura, 1950) dice del chuchero que es cazador de reclamo, especialmente de perdiz, en semejanza con la chuchería. Y añade que se le llama también cuquillero, ya por corrupción de cuclillero, dada la postura en cuclillas en que ha de estar en el puesto, ya por derivación de cuco, nombre con el que designa en algunas regiones al perdigón enjaulado. La razón de la postura en cuclillas no hay quien la mantenga –digo yo– porque en el puesto, en el tollo, se prepara siempre un asiento más o menos incómodo. Así que cuclillero vendrá tal vez de cuclillo, otra manera de llamar al cuco.

Chuchero o cuquillero, el cazador con reclamo es uno de los personajes más atractivos de la función venatoria menor, aunque no precisamente el más famoso. De la soledad que su papel requiere sólo sabe la perdiz macho, con la que durante la gestión cazadora llega a identificarse hasta el extremo de convertirse en hombre-pájaro que actúa simultáneamente en los encierros del tollo y de la jaula. Pero el pájaro, el reclamo, no es amigo de relatos, y el hombre, el cuquillero, habla sólo para quienes son capaces de entenderle, es decir, sus hermanos de afición. Y así el cuquillero resulta, para la mayoría de la gente, un tipo lacónico, ensimismado, misterioso, al que no le gustan las preguntas de los ignorantes ni le interesan los comentarios de los indiscretos. Por otro lado, no es disparate afirmar que el cuquillero guarda para sí las experiencias, en verdad maravillosas, de la caza de la perdiz con reclamo porque teme que su divulgación provoque el aumento desaforado de sus practicantes y la consiguiente ruina de su ejercicio. Los cuquilleros forman, por ese motivo, pequeñas piñas, corros menudos, breves comunidades, círculos cerrados en los qué solo admiten, no sin dificultades, a quienes muestran irrefrenable entereza en el cumplimiento de los votos propios de su instituto y decidida renuncia a la jactancia y la publicidad de su inspiración. Los cuquilleros son como frailes de una antiquísima orden religiosa no predicadora extendida por las tierras de la perdiz, que ofrenda a la divinidad, modestamente, los dolores y gozos de su entrega a la adoración del reclamo.

Incomprendido, vituperado, descalificado muchas veces, perseguido no pocas, el cuquillero, próximo San Antón, se dispone a ponerle la sayuela al perdigón. Malos vientos se barruntan para él, tan malos que incluso pueden traer la prohibición legal de la modalidad de caza que le importa sobre todas las otras. El cuquillero, sin embargo, no se achica. Sólo se retrae aún más, como preparándose para superar los tiempos difíciles que se avecinan. Un cuquillero que bien conozco y bien respeto como cuquillero y como hombre me ha dicho esta mañana lo que sigue:
– Desde que el mundo es mundo, desde antes que nuestra tierra se llamara España, cazamos la perdiz con reclamo. Y seguiremos haciéndolo por los siglos de los siglos. Amén.

La prohibición, si llega, como llegó otras veces, añadirá, como otras veces, un atractivo más a un modo cinegético en que el hombre reencarna en perdiz para cazar perdices.

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