La mágica garganta de un
reclamo de perdiz puede emitir tal cantidad de cantos y sonidos, que
podríamos hablar hasta de un verdadero vocabulario, puesto que cada uno
de ellos contiene un mensaje, con un significado propio e inconfundible,
así como un timbre y modulación de tono tan inequívoco, como para
diferenciarse con tal claridad, que no pueden prestarse ni a la menor de
la dudas.
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A veces, es tal la diferencia que, en cuanto al sonido,
existe entre ellos —por supuesto, que en cuanto al mensaje que entrañan
también—, que no tienen absolutamente ningún parecido, como podría ser
el caso, por ejemplo, del sonido de beso restallón de su piñoneo y el
del maullido de un gato, en su suspiro o quejido.

Foto: Josep
Todos ellos, además, son emitidos tomando muy diferentes
actitudes, acordes siempre —pues no faltaba más— con el mensaje que se
quiere transmitir, por lo que se hacen mucho más expresivos y mucho más
significativos. Cierto que son muchas las aves, prácticamente todas,
que se comunican con sus congéneres por medio de específicos sonidos o
cantos, propios de la especie, pero, ciertamente, que ninguna de forma
tan asombrosa y espectacular como el perdigón, no sólo por la cantidad,
sino por lo significativos, expresivos y diferentes que son, así como
por su maravillosa modulación y timbre, y por las sorprendentes
actitudes que, al emitirlos, toma el cantor.

Todos ellos, además, son emitidos tomando diferentes actitudes
Por lo pronto, vayan ustedes contando, y ya me dirán si
estamos o no ante algo, realmente, impresionante, además de, cómo no,
digno de toda admiración: reclamo de cañón o por alto; reclamo de
embuchada o de buche, de dormitorio o por bajo, cantada hueca;
curicheo, cuchicheo, culicheo, cuchichío o dar de pie; piñoneo, piteo,
besar o castañear; claqueo; cloqueo o cocleo; titeo o cañamoneo;
picheo, piolín, chirrío, revuelo, rebote, levantar el campo; maullido,
suspiro, quejido; guteo, ajeo, berreo, saseo, canto de la gallina;
hacer la carraca, el águila, el aguilucho o canto de peligro; regaño o
canto de silencio; rinreo; indicación o señal; rifa o desafío; y
algunos más que, por indefinidos y poco significativos, no sabría
nombrar y, aún menos, explicar.

Intentar describir algo que, por los maravillosos y mágicos
misterios que encierra en sí mismo, hay que vivir y palpar con los
sentidos del cuerpo, y aún más, con los del alma, para medio poder
gozar de sus insondables bellezas, ya me dirán ustedes si no es una
temeraria osadía el ponerse y exponerse a describir con palabras
escritas, estas tan mágicas, misteriosas y bellísimas expresiones del
alma de un reclamo de perdiz. Buena voluntad, al menos no nos va a
faltar, por lo que, aunque sólo sea con estas credenciales, nos vamos a
embarcar en tan delicada como peligrosa nave, y que sea lo que Dios
quiera.
Reclamo de cañón o reclamo por alto
Tal vez sea este bizarro y viril canto el que mejor defina a
un patirrojo macho frente a la hembra, pues éstas también lo emiten,
pero en actitud muy distinta y con muy diferente sonoridad. El reclamo
de la hembra es como un monótono e insulso
charachá, falto de
bizarría y, lógicamente, de virilidad, siendo emitido como de
carrerilla, a modo de una parlanchina lugareña, enfrascada
de dicharacheo
con la vecina. ¡Qué coincidencia tan significativa —dicho sea de paso—
que, en las zonas rurales de Andalucía, en la puerta de la casa, se
las llame, precisamente,
estar de characha!

Hay quien opina que, con ellos, excitan a los machos a la pelea
El reclamo de cañón es algo así como un majestuoso saludo,
en el que el bizarro gallo proclama, con autoridad y señorío, sus
dominios. Ninguno de los cantos del perdigón es tan gallardo, tan viril
ni tan señorial como éste. Su onomatopeya, más o menos, suena algo así
como «
cha, cha, caracha, chachá». Cada reclamada, pues, se compone de varios
golpes
o sonidos análogos, tan contundentes y enérgicos como viriles y
señoriales. Los buenos reclamos, de salida al iniciarse el puesto,
suelen hacer reclamadas de siete u ocho golpes. No sé por dónde he
leído que un excepcional reclamo llegaba hasta veinte.
Con los reclamos de cañón, los perdigones intentan explorar
el campo, llamando la atención a los posibles compañeros que por allí
pueda haber. Otros dicen que para acercar las campesinas, si es que las
oyen lejos. Hay quien opina que, con ellos, excitan a los machos a la
pelea, ya que los que los oyen se lo toman como un galante requiebro
dirigido a la amante, por lo que, celoso y despechado, acude frenético
el galán que la ronda a castigarlo por mostrarse como todo un descarado
e insolente seductor. (Artículo 1 de 7).
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